Los pensamientos de una rana de pueblo, robados de su cuaderno Moleskine.

Paginas de mi Moleskine

26 marzo 2007

Irse

Es muy difícil irse... con cierta elegancia. Con (relativa) dignidad. Dar(se) la vuelta, con media sonrisa, y caminar, tiene, sin ninguna duda, dificultad. Como lo es mantenerse erguido, digno... tranquilo.

El viernes, mientras cenaba con CP y unos amigos, mi madre me llamó para decirme que la hermana de mi padre se había dejado ir. Esta vez el cáncer con el que llevaba diez años batallando se había enro(s)cado alrededor de su hígado. Y un fugaz decalaje de fichas de dominó comenzó en su machado cuerpo. Fin. Entré en la cena y continué. Sin decir nada. Bromeando, casi. Y (casi) nadie notó que no terminé de cenar. Ni de beber. Simplemente, la boca del estómago se cerró. Pero continué allí. No sé porqué lo hice. Al salir, dije que estaba cansado y apreté fuerte su brazo. Y nos fuimos a casa. Allí le conté.

El sábado por la mañana, cuando aparecí en Algeciras, de los 25 hermanos, tíos, primos, sobrinos que somos, estábamos todos, menos tres. Y todos, con serenidad, que se dice. Solo al entrar mis abuelos algunos se dejaron llorar... Alguna lágrima, que disimulaban al limpiar los cristales de las gafas. Tenemos que superar la pena de haberla perdido por la alegría de haberla tenido, dijo mi tío. Y así es.

El viento del sur elevaba el humo que redujo su recuerdo a un tarro negro. Todos estábamos en su casa, mientras, comiendo. Juntos. Sin bromear, pero sin pena. Juntos. El dolor, que era Uno, entre tantos parecía menos. La carga, repartida. Costaleros de la pena.

Su voluntad: el mar, frente a la casa de mis abuelos, donde ella fue feliz. Donde ella conoció a su marido. A su compañero. Pero no ahora, no ya. Dentro de un tiempo. Cuando el dolor se mitigue un poco.

Anoche, al regresar, pensé en la dignidad de irse. En la importancia de una mano que te sujeta. En la familia.

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