Paginas de mi Moleskine

Era para ocho personas. De una forma romboidal, de esos formatos que La Oca, cuando era lo más moderno de Madrid y no una tienda más que visitar el domingo de Latina y cañitas en El Rastro, sacaba en el catálogo. Y un día, hace ocho años, desapareció. Sin mucho más que decir, CP me comunicó que la mesa la había vendido y que había comprado una más adecuada: una pequeñérrima mesa metalizada, que a mi me recordaba un poco a las de bar. La cosa era divertida hasta que nos dimos cuenta, cinco minutos después, que los platos que teníamos, de esos muy anchos de restaurante con pretensiones culinarias y sobretodo engordantes del precio, no entraban bien. Ni que decir tiene que los vasos casi que tampoco, y el pan el agua y la ensalada esperaban, pacientes siempre, en el suelo. Apenas seis meses de acogida fue el periodo que compartimos con la mesa plateada. Una tarde, al volver del trabajo, ya no estaba.

Estoy buscando, era la respuesta que tenía cuando preguntaba por una mesita. Paciencia, pensaba yo. Pensaba él. Y siete años después (y algún que otro divorcio) tenemos mesa nueva. De cuatro. Caben seis, pero tienen que ser familia. El efecto ha sido como de motor de ignición, o efecto dominó. En dos semanas han llegado copas, vasos y manteles. Igualito que si fuera una neo-nata-niña: jueguetes y vestiditos nuevos. Esto de Italia, aquello de Turquía, lo otro de nuevayol. Y como los niños recien llegados de las casas bien, todo se hace en y con esta mesa. Por lo pronto, este post. :)